martes, 11 de febrero de 2014

OFICIOS DE NUESTRA GENTE. LA TALABARTERÍA EN PUENTE DE GÉNAVE

Nadie pone en duda que la evolución y el desarrollo humano ha significado la desaparición o, como mal menor, la transformación de muchos oficios y profesiones que fueron desarrolladas con enorme dignidad por nuestros antepasados. Queremos en el blog inciar un recorrido por la recuperación, para el recuerdo, de esas profesiones que nuestros padres, abuelos o bisabuelos ejercieron en nuestro pueblo. Será la talabartería, a través del artículo de Juan José Olivas, el primero de este recorrido. Deseamos nos aportéis datos o explicaciones sobre otros muchos oficios que nuestra gente desarrolló en Puente de Génave; será el mejor homenaje a esos antepasados que lucharon de esa forma por nuestro futuro. 
Sabéis que lo podéis hacer a través del correo electrónico historiapuentedegenave@gmail.com o pinchando en link de la parte superior derecha "añadir comentario" de la página del blog.

LA TALABARTERÍA. 1ª parte

Por Juan José Olivas Vigara

    Antes de que finalizara la década de los cuarenta del siglo pasado no habría en Puente de Génave más de dos o tres coches y, por supuesto, ni un solo tractor. Era un pueblo agrícola con un censo considerable de caballerías de carga y arrastre; había menos de montura, los caballos eran escasos. Las familias que tenían tierras para el cultivo de cereales y olivas disponían, al menos, de una yunta de mulos o mulas y un mulero. El acarreo de la aceituna, por ejemplo, se llevaba a cabo mediante caballerías o carros tirados por éstas. En las faenas de labranza eran imprescindibles. Para los arreos o guarniciones de aquellos animales se necesitaban personas expertas en su diseño, creación, arreglo y compostura. Su oficio era la talabartería.
    En Puente de Génave ejercieron esta profesión Juan José Sánchez, natural de Santiago de la Espada y sus sobrinos políticos, Raimundo Olivas Rico y su hermano Ramón, nacidos ambos en Villarrodrigo. Vinieron de muy niños a Puente de Génave a casa de sus tíos que los criaron y educaron como si hubieran sido sus padres biológicos.
                Luís Campayo arando con mulas

    La talabartería ha sido un oficio manual de los que se llamaron mecánicos. Éstos fueron, en los siglos que nos han precedido, expresión de pobreza y de villanía. En el siglo XVII, lo mecánico se definía como opuesto a liberal y honorable, como bajo, feo y poco digno de una persona honrada. “Los que se ganan la vida con el trabajo de sus brazos son los más viles del pueblo”. Esto llegó a decir aquel jurista francés Charles Loyseau que fue abogado en el Parlamento de París y que escribió en 1610 un Tratado sobre Órdenes y dignidades simples. Pero esta con- sideración negativa sobre los oficios manuales o mecánicos no la inventó este francés, venía de lejos, de muchos años atrás. “Quienes aprenden las artes mecánicas y sus propios hijos son considerados los últimos ciudadanos”. Esta frasecita se la atribuyen a Jenofonte, aquel griego que fue historiador, militar y filósofo y conocido por sus escritos sobre la cultura e historia de Grecia. En sus obras se manifestaba hostil hacia la democracia ateniense y era proclive a las formas más autoritarias, como las que conoció en Esparta y en Persia. El hombre murió a los 77 años que para aquella época no eran pocos.


    Pero, por si faltaba alguien por menospreciar los oficios manuales, allí estaban dos griegos más, Platón y Aristóteles. Según el primero, la condición de zapatero, labrador o, en general, artesano no puede compararse con la de guerrero. Aristóteles pensaba que todas las ocupaciones manuales carecían de nobleza. Y no queda aquí la cosa. Lorenzo de Médicis (siglo XV), también conocido por sus contemporáneos como Lorenzo el Magnífico, el que fuera gobernante de facto de la república de Florencia durante el Renacimiento italiano, parece que llegó a decir: “carecen por completo de genio las gentes que trabajan con sus manos y que no disponen de ocio para cultivar su inteligencia”.
                Trillando con caballerías

    Hasta el último tercio del siglo XVIII hubo en España una larga lista de profesiones consideradas como deshonrosas. Se decía que envilecían a quienes las ejercían. Fue tal el desprestigio social que alcanzó en algunos territorios, que todo aquel que se ganaba el sustento propio y de su familia quedaba inhabilitado para ejercer un cargo público o, incluso, casarse con personas socialmente dignas. Este desdoro alcanzaba a todos aquellos que tenían un oficio manual: zapateros, guarnicioneros o talabarteros, cardadores, sastres, albardoneros, curtidores, labradores, etc. Se asociaba el trabajo manual a deshonra. Todo lo que no fuera dedicarse a las armas o a las letras se consideraba vil e indigno. Se llegaba al punto de que muchos, nacidos en casa noble y distinguida, preferían la miseria y la pobreza al deshonor del trabajo manual y plebeyo. Llegó a ocurrir que hijos de menestrales acomodados abandonaban el oficio del padre para poder acceder a una posición prestigiosa aunque menos rentable.


    El resultado de esta manera de pensar llevó a aquella sociedad a tener más desocupación y más empobrecimiento económico. En este punto, algunos pensaban que el desprestigio social del trabajo manual era una traba importante para el desarrollo económico de la época. Pronto se empieza, por parte de unos pocos, a tomar conciencia de la situación y aparecen nuevos pensadores que deciden poner su discurso a favor de acabar con el desprestigio de los oficios mecánicos, causante en buena parte de aquella situación económica. Hay que cambiar la mentalidad y convencer a la sociedad del siglo XVIII, sea noble o plebeya, que todo trabajo ejercido con eficacia y de manera honorable es digno y no vil.
    Asesores de la Casa Real presenta al monarca Carlos III escritos e informes que sugieren lo conveniente que puede ser el hecho de poner fin al estado de desprestigio que pesaba sobre quienes ejercían trabajos manuales. El Rey haciéndose eco de aquellos informes promulga en 1783 una Real Cédula mediante la cual los trabajos mecánicos quedaban dignificados socialmente. Podías ser un trabajador vil o dejar de serlo en función de un decreto del monarca de turno.
    Así era aquella sociedad. La Cédula en cuestión declaraba que:

(…) no sólo el Oficio de Curtidor, sino también las demás Artes y Oficios de Herrero, Sastre, Zapatero, Carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; y que el uso de ellos no envilece la familia, ni la persona del que los ejerce, ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de los lugares en que estén avecindados los artesanos o Menestrales que los ejerciten…

    A partir de aquí aumentó el número de pensadores y escritores que expresaban sin reservas elogios al trabajo manual de los artesanos.

...............continuará.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por documentar esta parte de la historia de las gentes de nuestro pueblo. Si además de estar magistralmente escrito y documentado, lo hace un AMIGO, aún lo disfruto más. Un fuerte abrazo

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